HOMBRE EN LLAMAS
En los años setenta se empezaron a juntar en Baker Beach, la playa más cool de la península de San Francisco, un pequeño grupo de jóvenes aficionados a la contracultura. Enemistados con la progresiva mercantilización de todos los órdenes de la vida, reinventaron el legado intelectual de la revolución hippy que en California iniciaron sus hermanos mayores en los años sesenta.
Los días del solsticio del verano de 1986 al calor de varios porros y unas cuantas cervezas levantaron una estatua de madera con forma de hombre de dos metros y medio de altura, y la quemaron junto a otra estatua más pequeña de un perro.
Estaba naciendo el evento cultural más fascinante de las últimas décadas: el festival del Burning Man (Hombre en Llamas) que ahora se celebra cada año a principios de septiembre en medio del desierto de Nevada.
Los días del solsticio del verano de 1986 al calor de varios porros y unas cuantas cervezas levantaron una estatua de madera con forma de hombre de dos metros y medio de altura, y la quemaron junto a otra estatua más pequeña de un perro.
Estaba naciendo el evento cultural más fascinante de las últimas décadas: el festival del Burning Man (Hombre en Llamas) que ahora se celebra cada año a principios de septiembre en medio del desierto de Nevada.
Escenas del Burning Man Festival.
Larry Harvey fue quien más colaboró al crecimiento año tras año del Burning Man, luego al festival se fueron sumando destacados miembros de la Cacophony Society de San Francisco, organización nacida en 1986 que se describe a sí misma en su website como una ‘red de espíritus libres unidos en la búsqueda de experiencias más allá de los límites de la sociedad convencional’.
Los cacofonistas procedían en su mayoría del desaparecido Suicide Club (Club de los Suicidas), que a su vez estaba conectado con los Merry Pranksters (Alegres Bromistas) y el Billboard Liberation Front (Frente de Liberación de los Carteles Publicitarios).
Todos estos grupos colaboraron al florecimiento del ‘street theatre’ (teatro callejero) y el ‘street art’ (arte callejero), que posteriormente han cultivado nuevas generaciones de anónimos actores y artistas grafitteros unidos por la ideología antimercantilista y el ‘culture jamming’ (interferencia cultural).
La ‘culture jamming’ es una forma de activismo satírico contra los dogmas capitalistas que propagan los medios de comunicación y tuvo en California su momento más álgido mediados los ochenta cuando varios grupos de cacofonistas de San Francisco y Los Ángeles se dedicaron a la alteración artística de vallas, creando parodias publicitarias y otras actividades de subversión mediática.
Surgieron a continuación muchos otros colectivos en otras partes de los Estados Unidos, como la Barbie Liberation Organization (BLO), grupo específicamente dedicado a parodiar el imaginario de las famosas muñecas de la empresa Mattel, y también en Canadá, donde nacieron los Adbusters (Reventadores de anuncios), responsables del Buy Nothing Day (Día de no comprar nada), respuesta contraeconómica al Black Friday.
La piratería publicitaria o contrapublicidad que estos grupos inventaron para denunciar las disfunciones del capitalismo mediante el uso del humor subersivo están en la base del espíritu crítico de los memes que hoy circulan por todas las redes sociales.
El cacofonismo californiano bebió del dadaísmo y el surrealismo, pero sobre todo de los situacionistas franceses que con Guy Debord al frente ilustraron el Mayo del 68 con sus irónicas pancartas donde el humor y la cultura del pop se mixturizaron en atrevida protesta contracultural.
Como respuesta a los ‘espectáculos’ mercantilistas los situacionistas y sus herederos del Burning Man prefieren crear ‘situaciones’ o shows gratuitos donde el espectador es artista y el artista es espectador. Todo el mundo colabora en la elaboración de nuevas estatuas que quemar y en excéntricos performances donde fluye el arte puro como don emergente de manera transversal a todo el arco de las personas que formamos parte del ‘teatro sin precio de la luz’ por ponerlo en palabras de Abelardo Green, destacado pranksterista miembro de la Barbie Liberation Organization (BLO).
Además los cacaofonistas californianos también se inspiraron en otro legendario grupo de pranksteristas de San Francisco, The Diggers (Los que cavan), herederos del movimiento inglés del mismo nombre que en el siglo XVII se enfrentaron al capitalismo incipiente armados principalmente de buen humor.
Durante los años sesenta los San Francisco Diggers en memoria de los diggers ingleses originales organizaron ‘free music concerts’ con la colaboración desinteresada de bandas míticas como Grafetull Dead, además se las ingeniaron para hacer campañas de arte y concienciación social, consiguiendo en ocasiones comida y cuidados médicos gratuitos para personas en situación de pobreza.
A pesar de su filosofía radicalmente antimercantilista con el paso del tiempo el Burning Man se ha ido transformando en un festival de pijos ricos y hipsters adinerados. Para los nuevos ‘burners’ el festival del Hombre en Llamas empezó siendo una especie de purga carnavalesca que les permitía por una semana olvidarse de la vida burguesa y el uso del dinero disfrutando de un escenario postapocalíptico al estilo de ‘Mad Max’ y otras distopías del cine y los tebeos siniestros.
Elon Musk, Mark Zuckerberg, Larry Page, y muchos poderosos ejecutivos del Silicon Valley se han sumado al evento en los últimos años junto a Paris Hilton y algunas celebridades de Hollywood. Además últimamente también se han apuntado al festival chicos europeos de familia bien como Íñigo Onieva, muy famoso en España porque a pesar de ponerle los cuernos a Tamara Falcó en el Burning Man se acabó casando con ella en la boda del año.
Aunque durante los días que dura el festival está prohibido comerciar con dinero y los asistentes deben traer su propia comida para compartirla con los demás, los tickets para entrar al evento que al principio eran casi gratis ahora cuestan más de 500 dólares y hay quien ha llegado a pagar hasta 3.000 dólares en la reventa.
Adicionalmente la infiltración en el Burning Man de los pijos de la jet-set ha adulterado la filosofía original del festival ya que los más pudientes y acomodados ahora llegan a gastarse cifras cercanas a los 100 mil dólares para dormir en tiendas balinesas equipadas con aire acondicionado, chefs privados y otros lujos.
La utopía contraeconómica del festival se ha ido alejando de su idea original porque el capitalismo salvaje es capaz de mercantilizarlo absolutamente todo, desde el vientre de las mujeres al agua de los ríos. Por algo el Burning Man original de Baker Beach en un principio simbolizaba al ‘homo economicus’ ardiendo en llamas como resultado del progresivo deterioro de su alma quemada por el ánimo de lucro.
Hasta mediado el siglo pasado en Inglaterra un ‘hippy’ era una persona de caderas grandes. Fue en los años sesenta cuando el término se transformó en California para definir a los jóvenes contraculturales que practicaban el amor libre y la simplicidad voluntaria.
Después de ‘cadera’ la segunda acepción del sufijo ‘hip’ es ‘moderno’, pero a diferencia de los ‘hipsters’ de hoy día los ‘hippies’ de los años sesenta más que modernos eran sobre todo contraeconómicos. Estaban en contra no solo del estilo de vida tradicional, sino también opuestos a la mentalidad burguesa del ‘homo economicus’.
Los actuales hipsters llevan aretes y tatuajes pero son cien por cien capitalistas, por eso cada año que pasa el festival del Burning Man es menos ‘hippy’ y más ‘hipster’, dos palabras que definen conceptos similares pero en el fondo muy diferentes aunque las dos provienen de la misma raíz: ‘hip’ que a la vez significa ‘cadera’ y ‘moderno’.
A los beatniks, hermanos mayores de los hippies, los llamaron ‘hipsters’ pero tampoco se parecen a los de ahora. Los hipsters de ahora son supermodernos pero no cuestionan nunca la explotación laboral, ni se preguntan por la esencia de un sistema que desencadena desigualdades extremas entre ricos y pobres.
Solo de vez en cuando se suman a causas sociales una vez ganada por la progresía identitaria la guerra cultural, solo entonces el hipster se sube al barco que flota.
Si se habrá prostituido el Burning Man que incluso el energúmeno ultraliberal de Grover Norquist, célebre activista ultraderechista y estatofóbico, se ha hecho fan del festival.
Desde su mudanza al desierto de Nevada el festival del Burning Man apostó por la estética postapocalíptica de ‘Mad Max’, película australiana escrita y dirigida por George Miller en 1979 que ha dado nombre al ‘madmaxismo’, actitud pesimista ante una inminente catástrofe futura.
La estética del Burning Man enlaza con los ‘mileniaristas’, ‘preparacionistas’ o ‘supervivencialistas’ obsesionados con salvarse de la quema mediante el aprendizaje de técnicas de supervivencia ante el estallido del potencial colpaso del sistema en forma de catástrofe ecológica, política, social o económica.
Lo que no saben los hipsters y pijos que han tomado el Burning Man es que sus creadores originales crearon el festival a partir de la lectura del ensayo de Lewis Hyde ‘El don: El espíritu creativo frente al mercantilismo’ (‘The Gift: Imagination and the Erotic Life of Property’, 1983), manual de contraeconomía basado en la filosofía del antropólogo de la gratuidad Marcel Mauss, autor del ‘Ensayo sobre el don’ (‘Essay sur le don’, 1934).
Lewis Hyde y Marcel Mauss fueron la principal inspiración intelectual que recibieron los creadores del Burning Man. Los dos son apóstoles de la contraeconomía que propone poner en valor el dar por encima del vender. Es una pena que los economistas no le presten más atención a todo lo que no tiene precio de mercado ni valor de cambio porque como dice Lewis Hyde: ‘el don es un tipo de propiedad cuyo valor reside en su uso’.
Portadas de 'The Gift' de Lewis Hyde y 'Essai sur le don' de Marcel Mauss.